domingo, 17 de julio de 2011

El despertar sexual adolescente


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Fuente: www.ideal.es/granada/20110629/mas-actualidad/salud/sexualidad/despertar-sexual-adolescente-201106291703.html

 Dra. María Perez Conchillo (Dra en Psicología-Sexóloga)

Los padres se olvidan de su propia experiencia cuando se sienten angustiados ante el primer amor de sus hijos. La comunicación y el respeto por la intimidad es la única vía para evitar traumas


Los padres tratamos a nuestros hijos como ángeles asexuados. negando su sexualidad, los abocamos a buscar respuestas en lugares muy poco adecuados
La sexualidad es una dimensión de la personalidad: somos seres sexuados desde que nacemos hasta que morimos. Esto parece obvio en la teoría, pero no siempre se traduce en la práctica. La idea de que cualquiera tiene derecho a expresarse sexualmente, siempre que respete a los demás, se justifica racionalmente pero no resiste un análisis de realidad, especialmente cuando se habla de la sexualidad de los adolescentes. La adolescencia es un periodo de grandes cambios y en el que se hace más intenso el impulso sexual. Esto que cualquiera puede contrastar con su propia experiencia, parece que se olvida cuando se es adulto. Así, personas inteligentes y con capacidad de análisis se sienten angustiadas ante el despertar sexual de sus hijos.
Parece un sinsentido que exista una falta de consideración hacia las necesidades sexo-afectivas de los jóvenes en este periodo en el que germina la personalidad adulta. Llevo muchos años trabajando como sexóloga clínica y muchos problemas que plantean mis pacientes fueron desencadenados por un despertar sexual plagado de inseguridades, contradicciones, desconocimiento y cuestiones tan prosaicas como la dificultad para disponer de un espacio de intimidad.
Necesidad de intimidad
Este tema nos puede parecer baladí a los adultos acomodados en nuestros privilegios; pero bien nos vendría reflexionar sobre nuestras dificultades en esa época y tomar conciencia de que la intimidad sexual debería ser un derecho para todos, jóvenes, adultos y mayores. Los jóvenes necesitan su espacio para poder encontrarse con ellos mismos. Recuerdo una conversación en la que una persona se jactaba de que en su casa no se cerraban las puertas. Me imagino difícil la vida sexual en ese hogar, ya que en esta sociedad buscamos un espacio íntimo, sin testigos, para los actos sexuales. En la misma línea, recuerdo el caso de una chica, hija única de unos padres amorosos y volcados en ella, que con 25 años no había tenido ningún orgasmo. Cuando se le plantearon ejercicios de autoerotismo, argumentó que era muy difícil porque su habitación estaba frente a la de sus padres y que «nunca habían cerrado las puertas». Atreverse a cerrar su puerta fue un primer paso para conquistar esa intimidad.
Como madre puedo comprender la preocupación por el bienestar de nuestros hijos, pero entiendo que esa preocupación debe ir encaminada a ayudarles a que sean adultos felices, que aprendan a tomar decisiones y que maduren en la responsabilidad y el respeto. Es decir, facilitarles el desarrollo natural y no interferir en las necesidades elementales del ser humano. Y una de esas necesidades es, sin duda, le expresión sexual. Una de las preocupaciones más recurrentes en este ámbito es el miedo a los embarazos no deseados.
Preocupación lícita, ya que son una realidad, pero deberíamos saber que proponer la abstinencia como método no ha dado buen resultado. Está comprobado que, a pesar de las prohibiciones, una proporción de la población juvenil decide iniciar su vida sexual, y que muchos de ellos no utilizan métodos anticonceptivos. No se le pueden poner puertas al campo.
Algunos padres piensan que si les hablan de tomar precauciones pueden incitarles al coito. No se dan cuenta que esa decisión la van a tomar ellos y que deberíamos mantener con nuestros hijos un diálogo responsable y maduro para que tomen la decisión debidamente informados y preparados. Posponer el coito es una decisión acertada y adecuada a esa edad y si se les informa de manera adecuada, les estamos ayudando a que tomen la decisión más positiva para ellos. Por el contrario, si les ocultamos información y negamos el diálogo, buscarán experiencias sin tener preparación.
Comunicación necesaria
Los tratamos como niños y les exigimos que se comporten de manera responsable. Los jóvenes no buscan ser padres en sus relaciones, si se produce el embarazo, entre otras cosas es debido a la falta de información y a la poca claridad en los mensajes. Les exigimos que pospongan su actividad sexual, muchas veces sin ni siquiera hablar del tema, de manera sobreentendida. No les ofrecemos alternativas razonables y sensatas. Actuamos como si el sexo no existiera, como si fueran angelitos asexuados y no seres humanos con necesidades. Negando su sexualidad los abocamos a buscar respuestas y modelos en lugares muy poco adecuados, como mucha información que circula por Internet y algunas revistas juveniles. Hay que tomar la sartén por el mango y hablar honestamente del tema, haciendo frente a nuestras propias inseguridades. Y también escuchar sus razones, intentar entender su manera de ver las cosas.
¿Y qué pasa con los valores que debemos trasmitir? Como sexóloga parto del respeto como valor fundamental, respeto a uno mismo y a los demás. Es fundamental que aprendan a decir no y a marcar sus límites. Que no hagan nada que no quieran. Que tengan claro que el sexo siempre debe ser elegido y consentido, es decir, que nunca hagan lo que no quieren y que no fuercen a nadie a hacer algo que no quiera, en esa edad en la que es fácil sucumbir a la presión del grupo. Por otro lado, deben tener claro que las relaciones sexuales tienen un significado personal y social. Para la mayoría de las personas, un encuentro sexual supone una implicación afectiva, por lo que hay que saber respetar y no jugar con las emociones ajenas, ni con las propias.
Los padres deberíamos tener en cuenta que el entorno familiar puede contribuir a que nuestro desarrollo psicosexual y amoroso, sea lo menos traumático posible. Una influencia familiar negativa, si no se gestiona de manera adecuada, puede ser un lastre en nuestra vida sexual y condicionar nuestra vida de pareja.

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